Mutriku-Markina 24 kms. Dificultad media
El barro, compañero fiel
Apenas hemos avanzado unos pasos cuando el barro se hace presente, como un compañero de viaje que no ha sido invitado pero que insiste en acompañarnos. Cada pisada se convierte en un acto de equilibrio; la tierra, traicionera, nos arrebata la estabilidad en más de una ocasión. Cruzamos miradas con otros peregrinos que llegan desde Deba, con sus botas embarradas hasta los tobillos. Sonrisas cómplices se intercamban, breves saludos que no necesitan palabras. Sabemos que el barro será nuestro aliado incómodo durante todo el día.
La ermita del Calvario queda atrás, fuera de nuestro camino, pero las vistas desde la altura no desmerecen. Las colinas, onduladas y cubiertas de un verde tan vibrante que parece recién pintado, se extienden hasta donde la vista alcanza. El silencio del entorno solo es interrumpido por el crujir de nuestras botas y el canto esporádico de los pájaros, como si la naturaleza misma respirara en armonía con nuestros pasos.
El valle de Olatz: un respiro en el tiempo
El paisaje se transforma al llegar al valle de Olatz. Aquí, el tiempo parece haberse detenido. Caseríos dispersos, rodeados de prados donde pastan ovejas, nos reciben con una calma que se siente en el aire. Hacemos una pausa en un pequeño bar junto al camino, donde nos sentamos en una mesa de madera, las mochilas descansando a nuestro lado. Pedimos café caliente y tortilla, un bálsamo para el cuerpo y el espíritu.
Dentro del bar, otros peregrinos comparten historias y risas. Las conversaciones fluyen entre anécdotas del día y consejos sobre lo que nos espera más adelante. Mientras saboreamos el café, el valle de Olatz deja de ser un simple punto en el mapa para convertirse en un momento de conexión, tanto con el lugar como con las almas que lo transitan.
El collado de Arno: el desafío y la recompensa
Retomamos la marcha con energías renovadas, aunque no por mucho tiempo. La subida al collado de Arno se presenta como el mayor desafío de la jornada. Cada metro ganado exige un esfuerzo titánico, agravado por el barro que sigue complicando nuestro avance. Pero a medida que ascendemos, el paisaje se vuelve más grandioso. Los árboles forman un dosel natural, filtrando la luz del sol que comienza a abrirse paso entre las nubes.
Al alcanzar los 501 metros del collado, nos detenemos para recuperar el aliento. Las vistas desde aquí son sobrecogedoras: colinas infinitas, bosques espesos y un horizonte que parece no tener fin. Es un recordatorio de por qué estamos aquí, de las pequeñas recompensas que el Camino reserva para quienes se atreven a recorrerlo.
Markina-Xemein: el refugio al final del camino
El descenso no es menos exigente que la subida. Los senderos, resbaladizos por la lluvia reciente, nos obligan a avanzar con cautela. Sin embargo, la promesa de Markina-Xemein nos impulsa a seguir. Cuando finalmente llegamos al pueblo, una mezcla de alivio y satisfacción nos invade. Sus calles tranquilas, flanqueadas por casas tradicionales, nos reciben con una serenidad que parece sacada de otro tiempo.
Antes de dirigirnos al Albergue-Casa Rural Intxauspe, visitamos la ermita de San Miguel de Arretxinaga. El lugar es tan impresionante como nos habían contado: tres rocas gigantescas forman un altar que desafía las leyes de la física. Nos quedamos en silencio, permitiendo que la energía del lugar nos envuelva, como si el tiempo se detuviera por un instante.
Una noche entre historias compartidas
En el albergue, la hospitalidad se siente desde el primer momento. Nos reunimos alrededor de una mesa larga para compartir la cena con otros peregrinos. Los platos son sencillos pero reconfortantes, y las conversaciones fluyen con naturalidad. Hablar con quienes han vivido el mismo día que nosotros, pero desde perspectivas diferentes, enriquece la experiencia. Entre risas y relatos, el cansancio parece desvanecerse.
Cuando finalmente nos retiramos a descansar, escuchamos la lluvia golpear suavemente las ventanas. Reflexionamos sobre la jornada, sobre el barro que al principio nos había parecido un obstáculo y que ahora recordamos como parte esencial del día. El Camino nos ha regalado otro capítulo para atesorar, lleno de momentos compartidos, paisajes inolvidables y pequeñas victorias personales.
El sueño llega rápido, pero no sin antes imaginar lo que nos espera mañana, en la próxima etapa de esta aventura que, paso a paso, nos transforma.
TIPS
Tracks de las etapas
En este enlace puedes acceder al track de la cuarta etapa del Camino del Norte, desde Mutriku hasta Markina. Útil para seguir la ruta y asegurarte de no perderte en el camino.
Markina-Xemein: Una guía para descubrirlo
Markina-Xemein es mucho más que una parada en el Camino del Norte; es un destino con historia, tradición y un encanto que cautiva a quienes se detienen a explorar. Conocido por su relación con la pelota vasca, este municipio vizcaíno combina la tranquilidad de sus calles con la majestuosidad de su entorno natural.
- Ermita de San Miguel de Arretxinaga: Este singular templo es famoso por su interior, donde tres enormes rocas se sostienen entre sí, formando un altar que parece desafiar la lógica. Es un lugar lleno de misticismo y un punto imperdible para quienes visitan el pueblo.
- Frontón de pelota vasca: Si tienes la suerte de coincidir con un partido, no te lo pierdas. La pelota vasca es más que un deporte aquí; es una expresión de la cultura y el carácter de la región.
- Iglesia de Santa María: Este templo gótico impresiona por su sobriedad y belleza. Su interior alberga detalles arquitectónicos que reflejan la historia religiosa de la zona.
- Axpe Sagardotegia-Txakolindegia: Sidrería y bodega ubicada en Markina-Xemein, Bizkaia, con una tradición que se remonta a más de cuatro siglos en la elaboración de sidra y txakolí.
Código ético: Ninguno de los establecimientos mencionados ha pagado por aparecer en este espacio.