Los sabios estaban sentados en torno a la habitación circular mientras esperaban la respuesta a sus plegarias. Sus vidas dependían del resultado de aquella espera, del trabajo en la construcción del templo al que habían dedicado sus vidas, de la esperanza de una vida mejor.

Todo eso se concentraba en ese momento y dependía de un único rayo de luz que iluminaría sus vidas. Un haz de luz que recorrería el sendero que comunicaba su estancia con el exterior entraría por la ventana abierta al exterior, convirtiendo los guijarros que lo formaban en pepitas de oro brillante.

Expectantes esperaban que las nubes, teñidas de gris, se abriesen. Se trataba de un instante, unos minutos en los que todo debía ocurrir. De no ser así, significaba que los dioses les daban la espalda, todo estaría perdido. De pronto, algo ocurrió, sus cuerpos se irguieron expectantes.

Algunos destellos empezaron a mostrarse, tímidos al principio pero poco a poco cargados de convicción. El sol de invierno iluminó el sendero y sus rostros, que antes reflejaban solo dudas, mudaron a una expresión de felicidad.

Habían sido oídos.

NEWGRANGE. EL TEMPLO DE LOS ANCESTROS

Newgrange es una tumba neolítica con 5200 años de antigüedad localizada en el Valle de Boyne, Condado de Meath,Irlanda, a unos 50 minutos de Dublín en coche. Su construcción da idea de los conocimientos que el hombre del neolítico tenía en cuanto a astrología y arquitectura. El diseño fue realizado de manera que, llegado el solsticio de invierno, el sol entrara iluminando el pasillo de 18 metros y la cámara interior a la que conduce.

Aunque está catalogado como una tumba, en realidad se trata de un templo en el que se realizaban distintos ritos religiosos, espirituales y astrológicos, sirviendo como panteón de las personas más relevantes de la comunidad.

Junto con los cercanos enterramientos de Knowth y Dowth, Newgrange ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

VISITAR NEWGRANGE

La visita solo puede hacerse desde el Centro de Visitantes, donde podrás aparcar tu coche y desde allí te llevarán en autobús hasta el yacimiento. En las taquillas podrás comprar las entradas para Newgrange y para los demás yacimientos. Existe la opción de una entrada combinada.

Si utilizáis un navegador, aseguraos de poner la dirección del Centro de Visitantes, si no podéis llegar a la entrada del yacimiento sin entrada y no os dejarán pasar.

Frente a la carretera y el hayedo centenario que configuran The Dark Hedges yo no soy más que otro turista observando. Puede que un poco más pensativo, quizá reflexivo, pero participando del enclave como un turista más. Poso para mis fotos, me escondo en un tronco hueco y disfruto del espacio de fantasía. Incluso grabamos un vídeo con la banda sonora de Juego de Tronos de fondo. Pero hay algo más.

THE DARK HEDGES Y LAS SILUETAS CREPUSCULARES

El sol de poniente cae iluminando las infinitas curvas que forman los troncos y ramas de las hayas, creando un juego de claroscuros que hipnotiza el visitante. Una parte de mí, turistea de acá para allá, ríe y satura la memoria de la cámara de fotos. Otra, sin embargo, se ha quedado atrapada en el hueco del árbol. Sí, hay algo más que ha circulado por los poros de mi piel, superando sus capas, siendo absorbido por mi sistema linfático, traduciéndose en un mensaje sin palabras que mi cerebro no sabe interpretar pero mi corazón sí. Estoy contento de ser una sombra más, una silueta repleta de luces y sombras, iluminada por el sol crepuscular.

THE DARK HEDGES Y JUEGO DE TRONOS

Este espacio se ha hecho famoso por ser uno de los escenarios de la serie Juego de Tronos. Para los que seguís la serie, en este lugar se rodó la escena en la que Arya Stark huye de Desembarco del Rey disfrazada de chico. Por eso los seguidores de la serie (entre quienes nos incluimos) copamos el lugar, como ocurre con otros espacios a los que películas o series de televisión han puesto sobre el mapa. Primer motivo para ir, el efecto fan. Si no, esta pequeña carretera en mitad de Irlanda del Norte pasaría desapercibida para el turista que, probablemente, no se desviaría de su ruta para llegar hasta The Dark Hedges.

EL ESPACIO, EL INSTANTE Y ALGO MÁS

Pero este camino que en la vida real es el acceso a la mansión Grace Hill, hoy un club de golf, te reserva algo más. Tal vez se deba a las formas caprichosas de sus troncos y ramas, al modo en que se entrelazan en sus copas. Quizá sea por el modo en que la luz de la tarde se cuela para dar ese toque mágico que el atardecer da a nuestro mundo. A lo mejor, ser un poco infantil y soñador te ayudará a ubicarte e imaginar, quizá a Arya Stark, a lo mejor un personaje nuevo. Lo cierto es que The Dark Hedges transmite algo.

A lo mejor solo te parece una carretera circundada de árboles. Pero puede que en algún momento de ese atardecer, esas siluetas y sus sombras conecten contigo y te olvides de la serie, de los turistas, de las fotos, de los vídeos y solo estés tú, el camino de hayas, vuestras siluetas y la luz crepuscular.

El viajero se detiene al comienzo de la calzada del gigante. Contemplándola se convence de que Finn, el gigante, es un personaje real.

La formación que tiene ante sí no puede ser capricho de la naturaleza. Peldaños hexagonales que se adentran en el mar hacia la costa, en una ruta imaginaria hasta Escocia, donde una vez, Benandonnen, el gigante rival, esperaba. Aquella rivalidad fallida en la que venció el miedo dejó un camino roto, hoy desaparecido, del que el viajero solo puede ver su comienzo.

Una calzada de columnas de basalto, que los científicos se empeñan en afirmar que es fruto de la naturaleza, de viejos volcanes marinos cuya lava petrificó el frío atlántico con tanta rapidez que les dio esa forma hexagonal. "No puede ser verdad" piensa el viajero. "Fue la mano de Finn el gigante" se reafirma. Se hace partícipe de la leyenda, cierra los ojos y en sueños reconstruye la calzada. Viaja a Escocia y a aún más lejos. Y en ese trayecto el viajero no encuentra espacio para su propio miedo.

LA CALZADA DE LOS GIGANTES

La primera impresión cuando me encontré ante la Calzada del Gigante fue que no era real, que era imposible que una erupción volcánica hubiera creado aquella formación hexagonal perfecta. Imaginé a un puñado de irlandeses locos tallando piedras como posesos, quizá rindiendo homenaje a algún dios celta. Me pareció una explicación razonable. Luego recordé la forma de los copos de nieve observados bajo la lente del microscopio. ¿Lo has visto alguna vez? Entonces comprendí que la naturaleza se construye con formas geométricas, creando esa realidad en la que el ser humano se basa para inventar cosas que mejorarán nuestras capacidades. Me pregunté si alguna vez había sido capaz de crear algo auténtico, así de la nada, aunque fuera por casualidad.

Caminé sobre los pilares hexagonales erosionados por el oleaje, introduciéndose en el mar en forma de cuña de roca volcánica. Crucé la puerta natural que configuraban las columnas de basalto más elevadas, como si fueran restos de la fortaleza de Finn, el gigante, que protegía su hogar y la calzada que construyó.

Pienso en la historia de los gigantes, en el miedo que se tenían en realidad y que acabó con la calzada que unía ambas tierras. ¿Acaso el miedo sigue destruyendo calzadas en la actualidad? Yo creo que sí.

La tierra que se extiende más allá de la fortaleza de Finn el gigante hace honor a la leyenda. Una costa escarpada en la que la roca volcánica, las formaciones basálticas y la hierba que reina en Irlanda configuran un paisaje de colores rojos, ocres y verdes que me llevan de Irlanda al Salvaje Oeste, conectando a los emigrantes irlandeses con los pioneros americanos.

He recorrido el territorio de Finn caminando, obviando el autobús que hubiera hecho mi experiencia más cómoda. Estoy contento de haberlo hecho así. No es demasiado largo ni duro, y de esta manera me llevo la experiencia en las suelas de mis zapatos, los músculos de mis piernas y las imágenes de mi retina mejor guardadas en la memoria.

Tal vez tus piesitos te pidan otra cosa, no importa, esta maravilla de la naturaleza se quedará contigo de igual manera.

Por el sendero circular que recorre la calzada del gigante llegamos hasta nuestro coche que habíamos dejado aparcado, como tantos otros, a un lado de la carretera, eludiendo así el pago del aparcamiento oficial.

Me marcho con la sensación de visitar uno de esos sitios casi únicos y especiales, de haber encontrado un espacio y vivido un instante en la casa de Finn el gigante, convencido de que mi miedo no me hará romper calzadas ni caminos, sean cuales sean, que me lleven a descubrir los rincones del mundo y quién sabe si mágicas experiencias.