EL VALLE DE LAS HADAS. Isla de Skye (Escocia)
A veces, para disfrutar de un lugar, hay que ser un poco niño. Rescatar la infancia de entre los músculos, venas y corazones ya maduros.
Quizá fue eso lo que ocurrió cuando conducía a la luz del atardecer por entre parcelas de granjeros escoceses. Mi vista se vio sorprendida por "The Faerie Glen" que apareció a la salida de una curva. Solo tenía que descender un corto tramo de carretera y me sumergería en él.
Al fondo, el castillo de roca esperaba. Su torre me vigilaba orgullosa. El niño despertó.
Cuando se tiene un niño dentro, de nada sirve haber leído artículos sobre este lugar, ni pensar que los viajeros se dejan llevar por su lado emocional. Cuando uno es inevitablemente un niño de 40 años solo queda sumergirse en el valle de las hadas. Entre las montañas de forma cónica, con su manto verde intenso, sintiendo la tentación de levantarlo y mirar debajo buscando una estructura de cartón-piedra, o algún curioso andamiaje que te devuelva a la edad adulta.
Camino entre pequeños lagos, árboles caídos, helechos y ovejas que pastan en las verdes laderas.
Asciendo al castillo, donde espirales de piedra me esperan en su patio de armas natural y también su torre que ahora ya no me vigila, me desafía. Y me inclino a sus pies rindiéndole pleitesía.
Al pie de una torre imaginada, el niño vivió su aventura inventada y el hombre encontró su lugar